
Lo primero que destacamos sobre ellas es que pueden usarse tanto para cultivos cerrados (invernaderos), como para los que están al aire libre (viveros y huertos), y lo mejor de ellas es que, como no dejan pasar el sol, se anula la función clorofílica de las plantas no deseadas, por lo que se impide su crecimiento y, por lo tanto, no crecen malas hierbas.
Al mismo tiempo permite el paso del agua y del aire y protege de las escorrentías (el agua de lluvia que discurre por la superficie de un terreno), lo que hace que se conserven los nutrientes del suelo. También facilita la reducción de la evapotranspiración en más de un 50%. Esto quiere decir que se limita casi toda la evaporación por radiación solar, lo que hace que pueda instalarse un riego por goteo.
De igual forma, al usar las mallas antihierba, se disminuye la utilización de herbicidas, algo que hace que se produzca un ahorro económico, además de un menor impacto medioambiental y una mejora en las condiciones higiénicas de desarrollo de los cultivos.